lunes, 2 de noviembre de 2009

En México los muertos salen de la tierra




Los difuntos de Pomuch una comunidad maya regresan cada año al mundo de los vivos gracias a una tradición donde sus seres queridos los desentierran, limpian y miman con distintas ofrendas para mostrarles su amor y veneración
México, EFE- En una insospechada vuelta de tuerca a la ya de por sí peculiar relación de los mexicanos con el más allá, esta población de 8.000 habitantes ubicada en el estado de Campeche esperaba esta semana con ilusión la llegada de la festividad del Día de Muertos, que en México se celebra los días 1 y 2 de noviembre.

"Si no lo hacemos es como olvidarnos de los nuestros, como que no existen", afirmó Manuel Canché, un anciano de 70 años, que defiende el ritual como una muestra de amor sincero hacia sus familiares fallecidos.





Canché recuerda cómo desde niño su padre lo llevaba al cementerio para desempolvar y sacar brillo con brochas y paños a los cráneos, fémures y clavículas de sus abuelos.

Una vez aseados, los huesos son depositados en osarios o cajas de madera que ellos mismos elaboran y cuyo contenido exponen con orgullo en los distintos recovecos del cementerio de esta comunidad tropical, ubicada a 45 kilómetros al noreste de Campeche capital.

Para exhumar los cadáveres, los pobladores de Pomuch, además de guardar luto, deben esperar a que pasen tres años del fallecimiento de sus parientes. Cumplida esa condición los orean a cielo abierto -en ocasiones después de desollarlos- y los guardan en las urnas.

Las labores de aseo, que se realizan a diario del día 26 al 31 de octubre, comienzan con el lavado de las criptas y las cajas que contienen las osamentas, seguido del recambio del mantel que envuelve los restos, cuando estos ya han sido desenterrados en años anteriores. La tela suele llevar bordado el nombre del difunto.

Después de pulir los huesos y devolverlos a su lugar, los visitantes se preparan para compartir con sus muertos las ofrendas que les han llevado, los tradicionales tamales y el pibipollo (mezcla de distintos tipos de carne de ave de corral envueltos en tortilla).

"El mantel viejo se tira y con el nuevo se cubren otra vez; ya estando ahí, se les reza a los que ya se fueron", explica María Candelaria López, una mujer que prepara dulce de coco como negocio... y para sus muertos. "Ellos también los comen", sentencia.



Más que en ningún otro cementerio, en el de Pomuch, palabra maya que significa "lugar donde se tuestan los sapos", se respira profundamente la muerte, aunque el hedor no es tan fuerte como uno podría imaginar pues muchas exhumaciones se llevan a cabo en distintos días del año y no solamente en estas fechas.

El origen de la tradición es incierto. De acuerdo con los ancianos, comenzó hace décadas, en una ocasión en que el panteón se saturó con los muertos causados por una epidemia.

Otros creen que se trata de una muestra más de sincretismo entre el cristianismo y la civilización maya, que se desarrolló en el sudeste de México y parte de Centroamérica del 2.000 antes de Cristo al siglo XV.

En todo caso, hoy la exhumación de los cuerpos y su posterior colocación en urnas ofrece más espacio a los que están por morir. Un espacio cada vez más escaso por la saturación del camposanto.

Jorge Coox Wicap, de 78 años, limpia los restos de su padre, madre y hermano, acompañado de su esposa y su nieta.

"Mi madre Eleuteria murió a los 104 años y desde hace muchos años vengo a cuidarla y a limpiarla. Mire usted, los huesos de mi madre se están desgastando pero aquí se ve la fractura de su brazo", dice emocionado Coox Wicap, mientras muestra la osamenta de su progenitora, que ordena con paciente cariño.

Para él este acercamiento con la muerte es natural en Pomuch, un colorido pueblo colonial que fue una importante enclave comercial a mediados del siglo XX por el paso del tren pero que hoy prácticamente permanece aislado. "No nos da miedo, es nuestra tradición. Aquí nadie olvida a sus muertos", afirma.

"Aquel que no cuida a sus muertos, que no los envuelve en manteles nuevos y limpios, no es pomuchense", considera María Escamilla en maya. Su nieta la traduce al español.

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